"Sin oscuridad no habría sueños." - Karla Kuban

miércoles, 3 de agosto de 2011

Limpiando la ciudad

Diluviaba en la ciudad mientras Johann paseaba por la ciudad, o esa es la impresión que quería dar, porque hacía horas que seguía a la misma persona. Ahora le esperaba escondido entre dos contenedores a que saliera del cochambroso edificio en el que había entrado tres horas antes.
Se encontraban en una de las peores zonas de la ciudad, donde convivían como podían, yonkis, camellos, putas y proxenetas. Sin duda el estado del barrio así lo confirmaba. Mirase donde mirase Johann sólo veía miseria y pobreza. En un callejón próximo escuchaba a un mendigo revolverse entre los cartones y los plásticos, suponía que buscando la forma más cómoda de dormir sin acabar con una pulmonía. A su lado, unas ratas escarbaban entre las bolsas de basura que alguien no se había ni molestado en tirar al contenedor.  Miró con repugnancia a su alrededor.  ¿Cómo podía alguien dejarse pudrir hasta esos extremos?
Mientras su mente divagaba por esos pensamientos, escuchó abrirse la puerta del edificio de enfrente. Ahí estaba su objetivo. Estaba cerca el momento. Para el no había ya escapatoria. Como un cazador tras su presa, Johann siguió al hombre del sombrero y abrigo negros hasta la parada del autobús.
Fue en ese instante cuando él se dio cuenta de que le habían seguido. Ese olor, no, no podía ser él. Llevaba huyendo de Johann los últimos 350 años. ¿Cómo le podía haber encontrado?
- Buenas noches, Oscar, cuanto tiempo sin vernos ¿verdad? – dijo Johann sintiendo  como Oscar se estremecía al oír su rasgada voz. Sonrío al sentir que todavía provocaba ese miedo tan arraigado en los que eran buscados por él.
- Ho… hola. Johann, co-como me has encontrado – dijo él sin poder ocultar el pavor en su voz.
- Eso da igual, sabéis que no tenéis escapatoria de mí. Da igual cuantos años o siglos pasen, mientras yo exista en este mundo vosotros no tenéis cabida.- dijo Johann.
Acto seguido en un movimiento más veloz de lo que un ojo humano pudiera jamás seguir,  ya tenía a Oscar apresado en sus manos y lo estaba arrastrando al interior de un callejón.
-  Espero que hayas disfrutado de tu última cena, esa pobre prostituta no merecía que la hubieras dejado tan seca – con estas últimas palabras Johann desenfundó sus colmillos y los clavo de forma salvaje en el cuello de Oscar.
Minutos más tarde, las ratas estaban empezando a comerse los restos de un ser que había quedado medio podrido tirado en el suelo con el cuello casi destrozado.
         Johann caminaba bajo la lluvia silbando en dirección a casa de la prostituta para limpiarla. No le gustaba su trabajo, pero es lo que le había tocado. Debía mantener el mundo de los vampiros oculto a los humanos, y con seres como Oscar, vampiros alimañanas que no se preocupaban de nada, era casi imposible, así que había empezado a disfrutar deshaciéndose de sucios bastardos que pusieran a toda su raza en peligro.

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